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Un rato después, vimos a la gente pasar a un salón e intuímos que tal vez llegaba por fin la hora de cenar. ¿Qué hora era? ¿Las diez de la noche? ¿Las once, tal vez? La cuestión es que nos llegó un aviso desde la lejanía, una especie de psicofonía viva, "¡eh, los escépticos!". Dado el hambre que teníamos, no era cosa de dejar pasar la ocasión, así que nos levantamos de la silla y acudimos al salón.
Me senté al lado derecho de Luis Mariano Fernández quien, a su izquierda, tenía a Pedro Amorós. Además, Pedro Amorós acababa de susurrar estas tiernas palabras a los oídos de Luis Mariano, como queriendo que oyéramos algo para demostrarnos que es todo un machote. Así, su: "Y también a Mauricio, a Mauricio lo quiero hundir. A Mauricio lo quiero tirar de España" permanecerá en mi memoria como una muestra de varias cosas, y ninguna de ellas dice algo bueno del que perpetró las palabras. Por cierto, Pedro (Amorós), si me lees, entérate de esto... Mauricio es tan español como tú y como yo. Ya, ya sé que te duele y te escuece, pero así son las cosas, y tales bravuconadas xenófobas no son muy bien vistas por más gente de la que quisieras.
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