domingo, 1 de febrero de 2015

Libros gratis

Ha oscurecido y mis viejos huesos se duelen con el relente. Me he sonreído recordando el dramático juramento inspirado en aquella mujer, su silueta recortándose impasible contra el cielo. ¿Quién le iba a decir a esa Esperanza niña, todas las historias que iba a vivir? ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue hace unos días cuando rezaba todas las noches para hacerme mayor a toda prisa, tenía que cumplir años pronto para poder salir de aquel pueblo. Me ahogaba allí, necesitaba respirar, vivir. Y luego, el tiempo pasó en un suspiro. Se hace corta la vida cuando una quiere comérsela y disfrutarla.

Irene ¡pobre Irene! O quizá no tan pobre, al fin y al cabo, consiguió vivir de un amor que sólo duró una noche, eso la mantuvo en la esperanza, haciéndola revivir una y otra vez aquel encuentro, amando al gitano Rafael hasta la muerte. Aquel hombre de carnes morenas se marchó igual que había llegado, y ella se quedó en su pueblo, con sus clases, con su rutina de siempre. De vez en cuando yo la veía pasar camino del caserón abandonado. Iba feliz, con la sonrisa colgada de la comisura de sus labios. Quizá se encontraba allí con el fantasma de Rafael. Creo que fue más feliz de lo que todos pensábamos. No llegó a conocer la rutina, el aburrimiento, los reproches, el desamor, que seguro habrían llegado a marchitar esa gran Libros gratis.
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He conocido a mujeres que siempre han sido “la otra”. Algunas habían sido putas anteriormente y tuvieron suerte de que un hombre se enamorase de ellas y no quisiera compartirlas. Otras se vieron envueltas en esa circunstancia. Todas se quejaban alguna vez de la situación en la que vivían por ser amantes, por no tener una vida normal con su pareja. No podían salir con sus hombres, ir al cine, a cenar. No presumían del estatus de tener un hombre sólo para ellas. ¡Qué tontas! yo siempre les decía lo mismo. No se daban cuenta de que ellas se llevaban la mejor parte, no padecían las incomodidades de la convivencia y cuando sus amantes iban a visitarlas, encontraban a unas mujeres bellas, relajadas, dispuestas para gozar. Y ellos acudían felices a la cita, sabedores de que iban a pasar los mejores momentos del día. Las otras, las esposas oficiales, eran las que lo tenían difícil. Bregar con los niños, trabajar en casa y algunas, fuera de ella, preparar comidas, llevar la economía, aguantar doce horas de trabajo diario. ¿Cómo iban a estar divinas y dispuestas para complacer a sus esposos?. Pero está visto que nadie está contento con lo que tiene.

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